XVIII / VI / MMXX
ÁRABE
MATEMÁTICAS
Para el dibujo de hoy solo necesitas compás y regla.
Para el dibujo de hoy solo necesitas compás y regla.
FOMENTO DE LA LECTURA
Lukas miraba fijamente la caja. No eran unos zapatos viejos. Era algo que se movía. Y, de repente, algo empezó a asomar, algo completamente negro. ¿Qué era aquello? Al principio Lukas no pudo distinguirlo, pero después se dio cuenta de que era una patita. Una patita negra. Y después apareció la cabeza y entonces comprendió que para su cumpleaños le habían regalado un gato. Un gato completamente negro que estaba saliendo de la caja. Salió de debajo de la tapa, era completamente negro, y cuando vio a Lukas gimió.
Después se hizo pipí encima de un pie de su padre, Axel.
—Tienes que enseñarle a que no se haga nada en casa —dijo Axel riéndose—. Le pondremos una caja con arena para que haga pipí allí. Felicidades, Lukas. Ya te has hecho mayor.
—Felicidades —dijo Beatrice. Así era siempre en casa de Lukas. Primero decía algo Axel, después Beatrice repetía lo que él había dicho.
—No puede entrar en mi habitación —dijo El Torbellino serio—. No quiero que me lo rompa todo.
—Mi gato no rompe nada —respondió Lukas indignado—. Además, él no quiere estar en tu habitación.
El Torbellino iba a contestar cuando Axel levantó una mano.
—Nada de peleas —dijo—. Hoy celebramos un cumpleaños y ahora vamos a comer el pastel.
Y así lo hicieron, aunque Lukas apenas notó cómo sabía la tarta porque no hacía más que mirar al gatito, que estaba inspeccionando la habitación. Se metió debajo de la cama y de repente apareció detrás de la cómoda. De vez en cuando gemía y Beatrice dijo que seguramente aún estaba buscando a su madre.
—Ahora eres la madre de un gato —dijo El Torbellino satisfecho.
Lukas no dijo nada pero pensó que le iba a enseñar al gato a bufarle a El Torbellino cuando dijera tonterías.
Aunque, en realidad, en estos momentos no le preocupaba lo que El Torbellino dijera. Lo que había ocurrido era tan extraño que apenas lo podía entender. ¿Era de verdad? Claro que era verdad. Le habían regalado un gatito. A él, que había creído que nunca tendría su propia mascota. Cuando lo preguntó, su padre le dijo que los animales daban mucho trabajo, que uno tenía que ser adulto para cuidar de un gato o de un perro. Así que Lukas había perdido las esperanzas. Las cosas solían ser como decía su padre cuando ponía aquella voz decidida; y, sin embargo, le habían regalado un animal, un gato que era completamente negro.
—¿Cómo se llama? —preguntó Lukas.
—Tendrás que ponerle tú un nombre —respondió Axel.
—Espero que no sea hembra —dijo El Torbellino—. Para que no tenga un montón de cachorros.
—Es un macho —dijo Axel—. ¿No te tienes que ir a la escuela pronto?
El Torbellino se fue a su cuarto sin contestar. Lukas se sintió aliviado en cuanto salió de su habitación. A veces, El Torbellino podía ser un pesado.
—Bueno —dijo Axel—. ¿Qué te parece?
—Gracias —respondió Lukas—. Muchísimas gracias.
—Ahora no te olvides de que tienes un gato —dijo Beatrice—. Tiene que comer cada día, tienes que jugar con él y cambiar la arena de la caja. Ya eres mayor, Lukas. Seis años.
—Voy a cuidarlo —dijo Lukas.
—Me tengo que ir —dijo Axel—. Por cierto ¿qué pensaste cuando entramos con una caja vieja?
—Que me ibais a regalar un par de zapatos viejos —contestó Lukas, y Axel le guiñó un ojo.
—He visto cómo te temblaba el labio de abajo —dijo—. Pero ¿cómo te íbamos a regalar un par de zapatos viejos?
—Naturalmente que no.
Después salieron de la habitación y Lukas se quedó solo con su gato por primera vez.
Cuando lo cogió en brazos gimió. Después se puso a jugar con los botones de la chaqueta de su pijama.
En ese mismo momento, Lukas supo que quería a aquel gato. A menudo pensaba lo que significaba querer algo. Ahora lo sabía. Quería a aquel gato negro como la noche. El día de su cumpleaños le habían regalado una cosa que ni siquiera se había atrevido a soñar.
Se vio interrumpido por El Torbellino, que abrió la puerta de golpe.
—No quiero que esté en mi habitación —dijo—. ¡Recuérdalo!
—Tienes que llamar antes de entrar —dijo Lukas—. Lo has asustado.
—Hubiera sido mejor un perro —dijo El Torbellino. Y cerró dando un portazo.
A Lukas se le ocurrió que seguramente tenía envidia. Eso no mejoraba las cosas. Ahora le tocaba a El Torbellino sentir lo que era eso. A menudo era Lukas el que tenía envidia, ya que El Torbellino siempre podía hacer más cosas que él. Ahora se daría cuenta él mismo.
Lukas notaba que aquel día algo había cambiado. Tener un gato propio del que era responsable, era algo bonito e importante. Ahora tenía que buscarle un nombre al gato. En realidad, ¿qué nombre podía tener un gato que era completamente negro? Pensó que podía llamarse como él, Lukas. Podía ser práctico cuando su padre o su madre le llamaran. Entonces irían los dos. Pero ¿qué pasaba si llamaba El Torbellino? Seguro que habría problemas, porque había dicho que no quería que el gato fuera a su habitación. No, tenía que encontrar otro nombre. Miró al gato, que se había acostado en el centro de su almohada y se había quedado dormido. Era completamente negro y resaltaba contra la blanca almohada. Y entonces descubrió el nombre que le pondría. Lukas no sabía que nada fuera tan negro como la noche.
Naturalmente, su gato se llamaría Noche.
El gato al que le gustaba la lluvia. (CONTINUACIÓN)
Lukas miraba fijamente la caja. No eran unos zapatos viejos. Era algo que se movía. Y, de repente, algo empezó a asomar, algo completamente negro. ¿Qué era aquello? Al principio Lukas no pudo distinguirlo, pero después se dio cuenta de que era una patita. Una patita negra. Y después apareció la cabeza y entonces comprendió que para su cumpleaños le habían regalado un gato. Un gato completamente negro que estaba saliendo de la caja. Salió de debajo de la tapa, era completamente negro, y cuando vio a Lukas gimió.
Después se hizo pipí encima de un pie de su padre, Axel.
—Tienes que enseñarle a que no se haga nada en casa —dijo Axel riéndose—. Le pondremos una caja con arena para que haga pipí allí. Felicidades, Lukas. Ya te has hecho mayor.
—Felicidades —dijo Beatrice. Así era siempre en casa de Lukas. Primero decía algo Axel, después Beatrice repetía lo que él había dicho.
—No puede entrar en mi habitación —dijo El Torbellino serio—. No quiero que me lo rompa todo.
—Mi gato no rompe nada —respondió Lukas indignado—. Además, él no quiere estar en tu habitación.
El Torbellino iba a contestar cuando Axel levantó una mano.
—Nada de peleas —dijo—. Hoy celebramos un cumpleaños y ahora vamos a comer el pastel.
Y así lo hicieron, aunque Lukas apenas notó cómo sabía la tarta porque no hacía más que mirar al gatito, que estaba inspeccionando la habitación. Se metió debajo de la cama y de repente apareció detrás de la cómoda. De vez en cuando gemía y Beatrice dijo que seguramente aún estaba buscando a su madre.
—Ahora eres la madre de un gato —dijo El Torbellino satisfecho.
Lukas no dijo nada pero pensó que le iba a enseñar al gato a bufarle a El Torbellino cuando dijera tonterías.
Aunque, en realidad, en estos momentos no le preocupaba lo que El Torbellino dijera. Lo que había ocurrido era tan extraño que apenas lo podía entender. ¿Era de verdad? Claro que era verdad. Le habían regalado un gatito. A él, que había creído que nunca tendría su propia mascota. Cuando lo preguntó, su padre le dijo que los animales daban mucho trabajo, que uno tenía que ser adulto para cuidar de un gato o de un perro. Así que Lukas había perdido las esperanzas. Las cosas solían ser como decía su padre cuando ponía aquella voz decidida; y, sin embargo, le habían regalado un animal, un gato que era completamente negro.
—¿Cómo se llama? —preguntó Lukas.
—Tendrás que ponerle tú un nombre —respondió Axel.
—Espero que no sea hembra —dijo El Torbellino—. Para que no tenga un montón de cachorros.
—Es un macho —dijo Axel—. ¿No te tienes que ir a la escuela pronto?
El Torbellino se fue a su cuarto sin contestar. Lukas se sintió aliviado en cuanto salió de su habitación. A veces, El Torbellino podía ser un pesado.
—Bueno —dijo Axel—. ¿Qué te parece?
—Gracias —respondió Lukas—. Muchísimas gracias.
—Ahora no te olvides de que tienes un gato —dijo Beatrice—. Tiene que comer cada día, tienes que jugar con él y cambiar la arena de la caja. Ya eres mayor, Lukas. Seis años.
—Voy a cuidarlo —dijo Lukas.
—Me tengo que ir —dijo Axel—. Por cierto ¿qué pensaste cuando entramos con una caja vieja?
—Que me ibais a regalar un par de zapatos viejos —contestó Lukas, y Axel le guiñó un ojo.
—He visto cómo te temblaba el labio de abajo —dijo—. Pero ¿cómo te íbamos a regalar un par de zapatos viejos?
—Naturalmente que no.
Después salieron de la habitación y Lukas se quedó solo con su gato por primera vez.
Cuando lo cogió en brazos gimió. Después se puso a jugar con los botones de la chaqueta de su pijama.
En ese mismo momento, Lukas supo que quería a aquel gato. A menudo pensaba lo que significaba querer algo. Ahora lo sabía. Quería a aquel gato negro como la noche. El día de su cumpleaños le habían regalado una cosa que ni siquiera se había atrevido a soñar.
Se vio interrumpido por El Torbellino, que abrió la puerta de golpe.
—No quiero que esté en mi habitación —dijo—. ¡Recuérdalo!
—Tienes que llamar antes de entrar —dijo Lukas—. Lo has asustado.
—Hubiera sido mejor un perro —dijo El Torbellino. Y cerró dando un portazo.
A Lukas se le ocurrió que seguramente tenía envidia. Eso no mejoraba las cosas. Ahora le tocaba a El Torbellino sentir lo que era eso. A menudo era Lukas el que tenía envidia, ya que El Torbellino siempre podía hacer más cosas que él. Ahora se daría cuenta él mismo.
Lukas notaba que aquel día algo había cambiado. Tener un gato propio del que era responsable, era algo bonito e importante. Ahora tenía que buscarle un nombre al gato. En realidad, ¿qué nombre podía tener un gato que era completamente negro? Pensó que podía llamarse como él, Lukas. Podía ser práctico cuando su padre o su madre le llamaran. Entonces irían los dos. Pero ¿qué pasaba si llamaba El Torbellino? Seguro que habría problemas, porque había dicho que no quería que el gato fuera a su habitación. No, tenía que encontrar otro nombre. Miró al gato, que se había acostado en el centro de su almohada y se había quedado dormido. Era completamente negro y resaltaba contra la blanca almohada. Y entonces descubrió el nombre que le pondría. Lukas no sabía que nada fuera tan negro como la noche.
Naturalmente, su gato se llamaría Noche.
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