martes, 23 de junio de 2020

MIÉRCOLES 24 DE JUNIO DE 2020

XXIV / VI / MMXX


Mas objetos 3D, ahora una puerta:





ARABE

FOMENTO DE LA LECTURA
El gato al que le gustaba la lluvia(continuación)

Y al final, el verano llegó. Lukas y El Torbellino ayudaron a su padre Axel a limpiar la caravana que tenían al lado del garaje. La fregaron primero y luego la enjuagaron con la manguera hasta que todos quedaron empapados. Un día, a principios de junio, llevaron la caravana al camping donde solían veranear cada año, que estaba junto al mar. Antes de que Axel tuviera vacaciones, iban allí de viernes a domingo. Pero cuando tenía vacaciones, se pasaban en la caravana un mes entero.
    Lukas estaba inquieto por lo que pudiera pasar la primera vez que Noche subiera a un coche. ¿Se pondría nervioso? ¿Intentaría escaparse? Pero para su tranquilidad, Axel ya había pensado en ello y un día llegó a casa con un collar para Noche.
    —Ahora tienes que enseñar al gato a ir con correa —dijo.
    Con un rotulador negro Lukas escribió el nombre de Noche en el collar. También dibujó una calavera, por si acaso, para que nadie se atreviera a robar a Noche.
    A Noche no le gustaba llevar collar. Tampoco fue fácil enseñarle a ir con correa. Noche no hacía más que morderla y hacerse un lío con ella. El Torbellino lo miraba con una sonrisa burlona. Pero Lukas no se rindió. Sabía que tenía que enseñar a Noche, si no quería que hubiese problemas.
    Fue un verano largo y caluroso en la caravana. Lukas llevó a Noche a la cabaña que había construido el año anterior. Durante el invierno se había derrumbado y se había partido en dos. Lukas hizo un techo de ramas de abeto. Después tapó las entradas, por lo que, desde fuera, era difícil ver que allí había una cabaña. Lukas se metía en la cabaña por una grieta y soltaba a Noche. Podían pasarse allí horas enteras. Lukas cerraba los ojos y se imaginaba que estaban en lo más profundo del mundo mágico. Hasta que Beatrice lo llamaba porque la comida estaba lista y él le volvía a poner la correa a Noche para salir de la cabaña.
    —Tienes que llamar a Noche también —le decía a su madre—. Él también tiene hambre.
    —Se me ha olvidado —respondía Beatrice—. La próxima vez me acordaré.
    El Torbellino tenía sus propios amigos, así que en verano no tenía tiempo para chinchar a Lukas y a Noche. Normalmente dormía en una tienda de campaña con ellos y Lukas podía estar a solas con Noche en su camita, dentro de la caravana. A Axel y a Beatrice no les importaba que Noche diera saltos por su cama por las noches. Lukas se fue tranquilizando a medida que transcurría el verano. ¡Nadie le quitaría a su gato!
    Lukas también tenía sus amigos. Vivían en otras caravanas que estaban puestas en fila a lo largo de la orilla del mar. Cuando estaba con sus amigos dejaba a Noche dentro de la caravana y Beatrice le prometía que no lo dejaría salir.
    Lo único malo del verano era que pasaba muy deprisa. Lukas intentaba no pensar en que pronto sería septiembre. Como le tocaba empezar la escuela ese año, se sentía lleno de emoción e intranquilo a la vez por cómo sería. Lo mejor era no pensar en ello. Pero los días iban pasando y, de vez en cuando, Axel comentaba que ya empezaba a oscurecer más pronto.
    A veces, Lukas se preguntaba por qué no había escuelas para gatos. ¿Por qué no deberían aprender cosas los gatos también? Intentó imaginarse una fila de gatos sentados en sus pupitres y levantando una patita para decirle cómo se llamaban a un profesor gato que los miraba desde su mesa.
    Una noche, antes de dormirse, decidió que le montaría una escuela propia a Noche. Intentaría enseñarle las mismas cosas que él mismo aprendía cada día.
    Después se quedó dormido y al cabo de unos días volvieron a la calle Rönnbär otra vez. Dejaron la caravana junto al mar, ya que irían allí los fines de semana.
    Pero a Axel se le habían terminado las vacaciones, era inevitable. Y dentro de tres semanas Lukas empezaría la escuela.
    Lukas pensó que serían tres semanas muy largas. Tres semanas de espera para que llegara el primer día de clase.
    Pero nada salió tal como él esperaba.
    Una mañana, Noche había desaparecido.
  Cansado y quizá también de mal humor por haberlo despertado, Lukas había ido a la cocina a trompicones con el gato brincando entre sus pies y le había puesto un arenque en el platito. Noche ya casi nunca bebía leche, hacía tiempo que había empezado a comer comida de verdad. Lukas cerró la puerta de la cocina, se metió en la cama otra vez y enseguida se quedó dormido.
    Pero cuando se despertó y fue a la cocina, Noche no estaba allí. Lukas lo llamó pero no obtuvo respuesta. Puso una silla para subirse sobre la encimera y mirar en la parte de arriba de los armarios. Noche tampoco estaba allí. Lukas volvió a poner la silla en su sitio y pensó que quizá su padre se había olvidado de cerrar la puerta de la cocina mientras desayunaba. Seguro que Noche se había escondido en algún lugar. Lukas aún no estaba preocupado. Se había empezado a acostumbrar a que Noche fuera igual que él. A veces quería estar a solas.
    Como Noche no tenía habitación propia para poder cerrar la puerta, siempre buscaba escondites nuevos. Lukas había pensado varias veces que Noche era mucho mejor que él a la hora de encontrar sitios nuevos, difíciles de descubrir.
    Lukas se sentó a la mesa de la cocina y tomó un poco de leche y se comió un bocadillo. Podía oír a su madre en el cuarto de la colada. Cuando la lavadora se ponía en marcha, silbaba como el motor de un avión. Lukas pensó que seguramente Noche la había acompañado al lavadero. Le gustaba jugar en el montón de ropa sucia.
    Cuando Lukas acabó de desayunar se fue al lavadero.
    —¿Está Noche aquí? —preguntó.
    —No lo sé —respondió Beatrice—. Me ha parecido verlo hace un momento. Sí, supongo que está por ahí, en alguna parte.
    Lukas se fue a su cuarto y se vistió. Cuando miró por la ventana comprendió que le esperaba un día de ésos de quedarse en casa. Hacía viento y estaba lloviendo, y las gotas repiqueteaban contra el cristal. Pegó la nariz contra el cristal de la ventana y se quedó pensando en la carga que tendría que llevar hoy su padre en el camión. Esperaba que los limpiaparabrisas le funcionaran bien. A veces a Lukas le preocupaba que su padre sufriera un accidente con su enorme camión.
    Todavía había silencio en la habitación de El Torbellino. Algunos días, El Torbellino podía dormir hasta las diez. A veces, Lukas deseaba que El Torbellino se quedara durmiendo el día entero. Así no tendría que preocuparse de si se enfadaba con él o con Noche.
    Después, se puso a buscar a Noche. Primero miró en todos los escondites que conocía. Pero Noche no estaba allí. Fue pasando por todas las habitaciones. Caminaba de puntillas haciendo el menor ruido posible porque así transformaba la búsqueda en un juego. No quería asustar a Noche y quería caminar tan silencioso que Noche no pudiera oírlo, que no levantara las orejas ni se despertara.
    Pero Noche había desaparecido. No estaba por ninguna parte.
    Y de repente, por nada en especial, Lukas tuvo la horrible sensación de que Noche ya no estaba. Le entró el mismo miedo que si hubiese tenido una pesadilla de la que no se podía despertar.
    —No encuentro a Noche —le dijo a Beatrice, que estaba rascando la pintura de una silla vieja.
    —Seguro que aparece cuando tenga hambre —respondió.
    Justo en ese momento Lukas supo seguro que Noche había desaparecido. Era una sensación tan fuerte que no se la podía quitar de dentro.
    —Se ha escapado —dijo.
    Beatrice le sonrió.
    —Lo piensas cada vez que se esconde y no consigues encontrarlo enseguida —contestó.
    —Se ha ido —dijo Lukas otra vez, con voz grave.
    Beatrice lo miró sorprendida. Había notado que su voz era grave, como si fuera a romper a llorar en cualquier momento.
    —Claro que no ha desaparecido —dijo—. Esta mañana, cuando papá y yo estábamos desayunando, estaba saltando por la cocina. Había espinas de arenque por todo el suelo. No tienes que preocuparte. ¿Cómo iba a salir con este tiempo? A los gatos no les gusta la lluvia.
    Por un breve instante Lukas se sintió más tranquilo. Lo que su madre le decía era verdad, que a Noche no le gustaba el agua. Lukas había intentado bañarlo una vez y decidió no volver a hacerlo nunca más. Noche se puso a arañar y a destrozar todo a su alrededor y, al final, Lukas acabó lleno de agua y jabón. Noche se escondió debajo del sofá, en el fondo, en la sala de estar, y tardó varias horas en volver a salir de allí.

    De modo que Lukas se sintió más tranquilo. Pero sólo un rato. Volvió a buscar por toda la casa. Hacía todo el ruido que podía para que Noche apareciera. Además, sacó un tarro de comida para gatos de la despensa y fue dando vueltas por la casa haciendo ruido con él. Noche solía reconocer el sonido y aparecía al instante dando saltos, incluso aunque acabara de comer.
    Pero Noche había desaparecido. No estaba en ningún sitio. Al final, Beatrice también se puso a buscarlo. Cuando El Torbellino se levantó y vio a Lukas triste, también se preocupó de llamar al gato.
    Estuvieron buscando todo el día, pero Noche seguía desaparecido. Lukas y Beatrice se pusieron las botas de agua y ropa para la lluvia y salieron. Era una tormenta de otoño en toda regla, el viento soplaba y los pies chapoteaban allí donde pisaban. Buscaron por todo el jardín y Beatrice les preguntó a los vecinos si habían visto a Noche. Pero todos negaron con la cabeza, nadie lo había visto.
    Cuando Axel llegó a casa para la cena, también se puso a buscar. Era la última esperanza de Lukas. Si él no lograba encontrar a Noche, nadie lo conseguiría.
    Pero Noche no estaba.
    —¿Cómo ha conseguido salir? —preguntó Axel. Y ¿por qué habría querido irse un día que estaba lloviendo a cántaros?
    Pero Lukas no quería saber por qué había desaparecido Noche. Sólo quería que alguien lo ayudara a encontrar a su gato. Axel y Beatrice, e incluso El Torbellino, intentaron consolarlo.
    —Volverá —decían 
una y otra vez.
    —A Noche no le gusta mojarse —respondió Lukas.
    —Los gatos siempre se las arreglan —dijo Axel—. Los gatos tienen siete vidas, como se suele decir. No te preocupes. Volverá.
    —No me importa que Noche tenga siete vidas —dijo Lukas—. Quiero que esté aquí.
    —Seguro que te regalan otro gato si éste no vuelve —dijo El Torbellino.
    Era lo peor que podía haber dicho. Seguramente no lo dijo con mala intención, pero para Lukas era como si Noche ya no existiera, como si ya no siguiera vivo, incluso como si tal vez no hubiera existido nunca. ¿Acaso no sería todo más que un sueño? ¿Habría soñado un regalo de cumpleaños que le habían hecho hacía más de medio año? ¿Habría dormido todo ese tiempo creyéndose que estaba despierto? Quizá, a pesar de todo, sólo le habían regalado una alfombra o una caja con zapatos viejos.
    —No quiero otro gato que no sea Noche —dijo Lukas, y no pudo evitar romper a llorar—. Sólo hay un gato en el mundo que me importe.
    Aquella noche Lukas no quería irse a la cama. Iba de una ventana a otra mirando en la oscuridad, donde la lluvia bailaba bajo las farolas de la calle. Intentaba mirar a través de la oscuridad para forzar a Noche a que volviera.
    Pero la calle estaba vacía. Noche no volvía.
    Cuando Lukas al final se durmió en una silla que había colocado junto a la ventana de la sala de estar, Axel lo llevó en brazos hasta su dormitorio.
    —Será mejor que duerma con nosotros por si se despierta —susurró.
    —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Beatrice.
    —No lo sé —dijo Axel—. Esperemos que el gato vuelva.
    Pero Noche tampoco volvió al día siguiente. Beatrice hizo varios carteles que ella y Lukas iban a poner en postes, tablones de anuncios y en las tiendas.
    Gato desaparecido
    ¿Quién ha visto un gato negro
    con un poco de blanco en la punta
    de la cola? Desaparecido de
    la calle Rönnbär, 19. Llama al 491408.
    Recompensa
    —Escribe un millón de euros —dijo Lukas.
    —No puedo —contestó Beatrice—. No tenemos tanto dinero.
    —Escríbelo de todos modos —dijo Lukas—. Entonces entenderán lo mucho que lo echo de menos.
    —Creo que lo entenderán de todos modos —dijo Beatrice.
    También llovía el segundo día que Noche llevaba desaparecido. Lukas acompañó a Beatrice a colgar los carteles. Cuando estuvieron de vuelta, Lukas le pidió un poco de dinero para comprarse un tebeo. Beatrice pensó que era bueno que no estuviera todo el tiempo cavilando dónde podría haberse metido Noche. Pero Lukas no se compró ningún tebeo, sino que volvió a todos los sitios donde habían colgado los carteles y añadió una línea al final.
    UN MIYÓN
    No tenía muy claro cómo se escribía. Le preguntó a una de las cajeras cómo se escribía un millón. Pero ella lo miró enfadada y le dijo que dejara sitio para la gente que quería pagar. Entonces salió a la calle y le preguntó al viejo Trumlund, que siempre estaba allí en una caseta vendiendo cupones de un club de bolos, cómo se escribía un millón.
    —Se escribe tal como suena —dijo Trumlund.
    Lukas se rindió antes de conseguir saber cómo se escribía un millón. Lo escribió cómo creía que era. Pensó que la gente que leyera los carteles seguramente lo entendería de todos modos.
    Después volvió a casa llamando a Noche a lo largo de todo el camino.
    —¿No te has comprado ningún tebeo? —le preguntó Beatrice sorprendida.
    —Se habían acabado —respondió Lukas.
    —¿No te has comprado otra cosa?
    —Me voy a guardar el dinero hasta que haya reunido un millón —contestó Lukas.
    Aquella misma tarde Lukas decidió dos cosas. Buscaría a Noche hasta encontrarlo. Sabía que Noche lo necesitaba. También decidió que si Noche no había vuelto a la mañana siguiente, se iría de casa para buscarlo. A lo mejor le resultaría más fácil encontrar a Noche si él mismo intentaba vivir como un gato, en la noche, solo, deslizándose entre las sombras. Después de tomar aquellas decisiones, volvió a la sala de estar y arrastró una silla hasta la ventana. Luego se quedó allí toda la tarde observando la oscuridad.
    De vez en cuando se levantaba de un salto de la silla. Le parecía haber visto unos ojos brillando en la oscuridad. Pero no había nada, sólo un color negro, negro.
    —Te voy a encontrar, Noche —se dijo a sí mismo en voz baja para que nadie pudiera oírlo—. Sé que ha pasado algo. Pero te encontraré. Lo prometo.
    Aquella noche Axel llevó a Lukas en brazos hasta su propia cama cuando se quedó dormido en la silla junto a la ventana.

    Al día siguiente, cuando Lukas se despertó, ya casi había dejado de llover. Las nubes, desgarradas y grises, se perseguían unas a otras en el cielo. De vez en cuando, entre un chaparrón y otro, el frío sol brillaba sobre las calles, que todavía estaban mojadas.
    Lukas estuvo un buen rato junto a su ventana mirando el jardín.
    Pero Noche no había vuelto a casa.
    Noche seguía desaparecido.

5
    El tercer día desde que Noche desapareciera no resultó en absoluto como Lukas se había imaginado.
    ¿En qué lío se había metido?
    A primera hora de la mañana comenzó a sonar el teléfono y empezaron a llamar a la puerta. Llegaba gente con gatos de todos los colores posibles. Una señora mayor apareció chapoteando por la lluvia con un gato que era completamente amarillo y le preguntó a Axel, que abrió la puerta aún medio dormido, si era aquel gato el que se había escapado.
    —¿Qué? —dijo Axel—. ¿Un gato amarillo? El gato que se nos ha escapado es todo negro menos la punta de la cola, que es blanca.
    —Pero, igualmente —dijo la señora mayor—. A lo mejor es este gato.
    —No —respondió Axel—. Pero gracias por las molestias.
    Al mismo tiempo sonó el teléfono. Beatrice contestó y apenas había colgado cuando sonó otra vez. Axel ni siquiera tuvo tiempo de vestirse porque no hacía más que ir a abrir la puerta.
    Gatos negros, gatos grises,
 gatos feos, gatos bonitos, gatos viejos, gatos jóvenes, gatos con ojos de rabia, gatos que ronroneaban y se estiraban. A todos los llevaban en cajas de cartón o dentro de los chubasqueros.
    —¿Qué está pasando? —dijo al final Axel—. Están trayendo todos los gatos de la ciudad. ¿Pero qué escribisteis en los carteles que pegasteis por ahí?
    —Que el gato que se había escapado era negro y tenía un poco de blanco en la punta de la cola —respondió Beatrice—. No entiendo por qué la gente viene con gatos que no son negros.
    Lukas estaba durmiendo en su cama sin enterarse de nada y soñando sin embargo que el gato que habían encontrado era Noche. Fue cuando se despertó, después de que Axel hubiera huido de todo para ir al trabajo, cuando comprendió el lío en que se había metido.
    —¿Puedes creer que la gente no sabe leer? —dijo Beatrice con un suspiro.
    —Yo creo que la gente sí que sabe leer —contestó Lukas—. Escribí en los carteles que la recompensa era de un millón. Creo que lo escribí mal, pero la gente debe de haberlo entendido de todas formas.
    Beatrice se sorprendió tanto que por poco se cae sentada en una de las sillas de la cocina.
    —¿Qué has hecho qué? —preguntó.
    Lukas repitió lo que acababa de decir.
    —Te dije que iba a comprarme un tebeo —dijo—. Pero en realidad fui a escribir que la recompensa era de un millón.
    Lukas se sorprendió de que fuera tan fácil decir la verdad. Era como si todo lo que antes era difícil se hubiese desvanecido desde que Noche desapareció. Como era lo único que significaba algo para él, todo lo demás se hacía mucho más fácil.
    Beatrice movió la cabeza.
    —Lukas —dijo despacio—. ¿Por qué has hecho eso?
    —No lo sé —contestó Lukas—. Tenía que hacerlo.
    Se quedaron callados hasta que volvieron a llamar a la puerta.
    —Ya no puedo con más gatos marrones —dijo Beatrice.
    —Yo abro —respondió Lukas saliendo de la cocina.
    Al otro lado de la puerta había un hombre que llevaba una gran bolsa de viaje colgada al hombro. Lukas se preguntó al instante si el hombre llevaba metido un gato allí dentro.
    —¿Es aquí donde dan una recompensa de un millón si encuentras un gato desaparecido? —preguntó el hombre.
    —Sí —dijo Lukas.
    El hombre se rió cuando contestó.
    —¿Puede valer tanto un gato? —preguntó.
    —Sí —dijo Lukas—. Noche lo vale.
    —¿Noche?
    —Mi gato se llama Noche.
    En ese momento apareció Beatrice.
    —Evidentemente, es un malentendido —dijo—. No tenemos una recompensa de un millón.
    —Soy periodista —dijo el hombre—. Había pensado escribir en el periódico sobre ese gato que vale un millón.
    Beatrice lo rechazó espantada.
    —No puede ser —dijo—. Ha estado llegando gente durante toda la mañana con todo tipo de gatos. Si usted escribe en el periódico vendrán todavía más. A lo mejor incluso vienen con otros animales. Perros y gallinas y vete tú a saber qué más.
    —Es bueno que salga en el periódico —interrumpió Lukas—. Sobre todo si hay alguna foto de Noche. Así muchas personas lo verán. A lo mejor, alguien que lea el periódico lo reconoce. Además, tengo un millón en dinero de juguete. Lo puedo pagar como recompensa.
    —Lukas —dijo Beatrice—. Deja de hablar del dinero.
    Pero el periodista seguía pensando que debía escribir sobre Lukas y su gato, a pesar de que la gran recompensa no fuera cierta.
    —Entiendo que quieres mucho a tu gato —dijo—. Escribiré sobre ello. A la gente le gusta leer en el periódico sobre personas que quieren mucho a sus mascotas desaparecidas.
    Y así fue como apareció una fotografía de Noche en el periódico. Axel la había tomado aquel mismo verano, un día que Noche estaba tumbado en el regazo de Lukas delante de la caravana. El periodista escribió sobre Lukas, dónde vivía, y esperaba que alguien encontrara pronto a Noche.
    Pero Noche continuó desaparecido.
    Lukas no dejaba de pensar en él. En que estaría hambriento y mojado, y tendría frío. Se imaginaba a gente mala tirándole piedras o de la cola. Pensaba en Noche con tanta intensidad que casi le parecía que él mismo se convertía en gato. Como si le saliera pelo negro y se le afilaran las orejas. Pero sobre todo pensaba en que podría proteger a Noche si pensaba en él todo el tiempo. Mientras Noche estuviera en su cabeza, no correría ningún peligro.
    Cuando se acostó por la noche y Beatrice lo hubo tapado, volvió a decidir que se escaparía. Ya no podía esperar más, tenía que hacerlo.
    Pero de pronto le vino a la cabeza una cosa que no tenía nada que ver.
    El grosellero.
    El grosellero negro silvestre que crecía junto a la valla de madera que rodeaba la casa donde vivía Lukas.
    El grosellero donde a Noche le gustaba acurrucarse cuando hacía calor y quería estar a solas, durmiendo. Aquel grosellero tenía algo especial. Crecía por su cuenta y no tenía la compañía de ningún otro arbusto. Axel había dicho en varias ocasiones que habría que quitarlo, pero cuando Lukas le preguntó por qué, no supo qué responder. Era como si los groselleros tuvieran que crecer por la parte de dentro de las vallas. No tenían permiso para ser silvestres. Lukas pensaba que era como los perros, que tienen que llevar collar. Una valla era el collar que tienen que llevar los groselleros.
    A Noche le gustaba aquel grosellero silvestre. A veces, Lukas pensaba que en verdad eran grosellas mágicas las que crecían allí al comienzo del otoño. Eran bayas extrañas que guardaban un secreto. Si te las comías podías ver el mundo mágico directamente, sin tener que cerrar los ojos.
    Lukas se quedó tumbado en la cama pensando en aquel arbusto. Naturalmente, era allí donde empezaría a buscar a Noche.
    ¡Cómo no se le había ocurrido antes!
    Naturalmente, pondría allí el cuenco de la comida de Noche, el que tenía el borde azul y que estaba roto por un lado. Seguro que ese cuenco atraería a Noche.
    Pensó 
en hacerlo inmediatamente, pero cuando salió de la cama y entreabrió la puerta, oyó que sus padres todavía estaban despiertos. Estaban viendo algún programa de televisión. Oyó bostezar a su padre. Volvió a meterse en la cama. Tenía que esperar a que se acostaran y se quedaran dormidos. Entonces podría salir de puntillas de casa con el cuenco de la comida.
    Por fin hubo silencio en la casa. Lukas se puso la ropa encima del pijama. Después, entró sigilosamente en la cocina y abrió con cuidado la nevera. Casi le entraron ganas de llorar cuando vio la lata abierta de comida para gatos detrás de un paquete de mantequilla. Le pareció que veía a Noche abandonado, no una lata con la tapa abierta.
    Echó todo lo que quedaba en el cuenco.
    De repente se preguntó qué iba a hacer con la lata vacía. Seguro que a su madre le parecería raro. Tenía una singular capacidad de ver todo lo que preferiblemente no debía ver. Por ejemplo, quién se había comido la comida para gatos si Noche no estaba en casa.
    Lukas volvió a echar un poco de la comida del cuenco en la lata y le añadió un poco de leche para que pareciera que había más. Después cerró la nevera y fue de puntillas hasta el recibidor. Oía los ronquidos de su padre que salían de la habitación. Después abrió la puerta con llave con mucho cuidado y la sujetó para que no hiciera ruido cuando se cerrara tras de sí.
    Fuera seguía lloviendo. Lukas se estremeció con el frío de la noche. No se había puesto calcetines. Se había puesto las botas de agua directamente. Estar allí fuera en el jardín oscuro le producía una sensación de misterio. Lukas dudó de si se atrevería a entrar en la oscuridad que había más allá de la luz de la puerta.
    El grosellero estaba lejos, entre las sombras. Cuando había luz, la valla le parecía que estaba muy cerca. Pero ahora que estaba oscuro, la valla le parecía apartada como una estrella en el cielo. Una estrella negra que no brillaba.

    Tampoco llevaba linterna. Tendría que atreverse a penetrar en la oscuridad de todos modos, aunque el chapoteo de la lluvia haría que no pudiera oír si se le acercaba alguien por detrás.
    Pero tenía que atreverse. Tenía que hacerlo por Noche. Tenía que atreverse a pesar de que no había nada tan difícil como atreverse a hacer algo a lo que no te atreves.
    Cerró los ojos y atravesó la oscuridad corriendo con el cuenco de comida. Se tropezó con la valla y se le cayó la mitad de la comida. Pero no se atrevió a recogerla, ni siquiera se atrevía a mirar a su alrededor. Saltó la valla. Allí estaba el grosellero. Puso el cuenco sobre el suelo mojado y volvió corriendo a la liberadora claridad de la puerta de entrada.
    Después, se tumbó en su cama con el corazón golpeando con fuerza.
    Aún no sabía qué era peor, que Noche estuviera perdido en la oscuridad o que se hubiera atrevido a hacer algo que no se atrevía a hacer.
    Al final se quedó dormido.
    Al día siguiente, cuando se despertó, cruzó corriendo el jardín hasta el grosellero silvestre y secreto y se detuvo en seco.
    Noche no estaba allí.
    Pero el cuenco de la comida estaba vacío.
Lukas se quedó paralizado.
    Era como si se le hubiese parado el corazón. No podía apartar los ojos del cuenco. O sea que Noche había vuelto. Había regresado a su grosellero, había encontrado el cuenco de la comida y como tenía hambre se había comido todo lo que allí había. Lukas ya no podía seguir allí parado. Noche tenía que estar en algún sitio no muy lejos.
    —Noche —llamó; no, gritó. Gritó tan fuerte que un vecino que estaba rastrillando hojas dio un respingo y por poco se le cae el rastrillo.
    Después Lukas se puso a buscar. Al otro lado de la calle, donde aún no habían construido nada, la hierba estaba muy alta y había unos cuantos árboles. Allí tenía que estar. Lukas miró a un lado y a otro, cruzó la calle corriendo y se puso a buscar a Noche. Estaba tan seguro de que Noche estaba en algún lugar de por allí, que ya no tenía miedo. Hasta confiaba en poder convertir la búsqueda en un juego. Se imaginó que Noche era un depredador salvaje y peligroso al que sólo Lukas podía vencer. Un león rojo, pensó. El rarísimo y peligroso león rojo que sólo existe en la selva del otro lado del río Rönnbär. Lukas recogió una rama rota que había en la cuneta. Ahora tenía un arma y podría vencer al león rojo.
    Justo entonces apareció el cartero montado en bicicleta. Lukas se agachó detrás de un arbusto. Los carteros vestidos de azul pertenecían a los enemigos más peligrosos que había que evitar.
    Pero el cartero descubrió a Lukas y lo saludó con la cabeza mientras continuaba la marcha.
    Uno de los que son amigos, pensó Lukas. No son muchos. Pero a veces tienes suerte.
    Después, siguió buscando. Todavía era un juego aquello de la búsqueda de un león rojo. Pero, a medida que buscaba, pensaba que cada vez era más difícil que el león apareciera. Le volvió a entrar miedo al ver que no encontraba a Noche. Al final el león rojo ya no existía, la rama del árbol no era más que una rama de árbol y no un arma, y Noche seguía sin aparecer.
    De repente, Lukas se enfadó con su gato. ¿Por qué se portaba Noche de aquella manera? ¿Por qué no volvía a casa?
    Lukas cruzó la calle otra vez, cogió el cuenco vacío y entró en casa. Se quitó las botas sacudiendo los pies y se fue junto a su madre a la cocina. Tenía ganas de hablar con ella.
    —Noche ha vuelto —dijo.
    —¿Ah sí? —respondió Beatrice sorprendida—. Y ¿dónde está?
    —No lo encuentro —dijo Lukas—. Pero ha vuelto. Lo sé. Se ha comido la comida que le puse anoche.
    —Ahora no sé a qué te refieres —dijo—. ¿Qué comida?
    Lukas le contó lo que había hecho la noche anterior.
    —¿Saliste en mitad de la noche? —preguntó Beatrice—. ¿Y el cuenco estaba vacío esta mañana?
    Lukas asintió con la cabeza. A veces los padres tardaban bastante tiempo en
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 comprender lo que decían sus hijos. Lukas se preguntaba por qué los padres piensan más despacio que los niños. ¿Por qué a los padres les costaba tanto entender lo que era tan sencillo?
    —La comida de gato se ha acabado —dijo Lukas—. Tenemos que comprar otra lata para que pueda poner más comida fuera. Y ahora me voy a sentar ahí fuera a esperar hasta que Noche vuelva.
    —Claro que sí —dijo Beatrice—. Corre a la tienda tú mismo y cómprala. Qué bien que Noche haya vuelto.
    —Tendrás que ir tú a comprar —dijo Lukas—. Yo pienso sentarme a esperar al lado del grosellero.
    —Tampoco corre tanta prisa —dijo Beatrice.
    —No pienso dejar que Noche desaparezca otra vez —respondió Lukas—. Ve tú a comprar.
    Beatrice se fue a la tienda. Mientras tanto, Lukas llevó arrastrando una de las sillas de la cocina y se sentó fuera, junto al grosellero. El vecino que rastrillaba hojas lo miraba con curiosidad. No pudo dejar de preguntar por qué estaba Lukas sentado en una silla, vigilando un grosellero.
    —Estoy pensando —contestó Lukas. No quería decir que estaba esperando a que Noche volviera. Temía que Noche no se dejara ver si sabía que él se encontraba cerca.
    Son los niños los que tienen que ser curiosos, pensó. Los mayores no deberían quedarse junto a una valla haciendo preguntas innecesarias.
    El vecino movió la cabeza tras la respuesta de Lukas y continuó rastrillando las hojas. Y Lukas esperó.
    Beatrice volvió a casa y puso comida en el cuenco. Después ella quiso quedarse también a ver si Noche volvía. Pero Lukas le dijo que entrara. Quería estar solo.
    Tenía frío sentado allí en la silla. Tenía frío y se aburría. Balanceaba los pies y llegó a hacer un hoyo en el suelo con las botas. Pero Noche no se dejaba ver.
    Después se puso a llover otra vez.

    Beatrice salió y le dijo que se resfriaría si se quedaba sentado bajo la lluvia. Pero Lukas le contestó que le trajera un paraguas. Y el chaleco acolchado de su padre. Beatrice movió la cabeza suspirando. Pero le llevó lo que le había pedido. Lukas se quedó allí sentado bajo la lluvia tapándose con un paraguas. El vecino había dejado de rastrillar las hojas cuando se puso a llover, pero Lukas veía que seguía mirándolo por la ventana desde el interior de la casa.
    Al final, Lukas ya no tuvo ganas de seguir sentado en la silla. Quizá era mejor si no se quedaba allí esperando. Quizá Noche tenía un poco de miedo por si Lukas estaba enfadado por haberse escapado. Quizá era mejor hacer como el vecino, quedarse mirando por la ventana.
    Lukas decidió volver a dejar la silla en la cocina. Beatrice le preparó un bocadillo, pero Lukas no tenía tiempo de sentarse a comer en la cocina. Se sentó junto a una ventana observando el grosellero. De pronto le pareció que algo se movía por la parte de atrás del arbusto. Pegó la nariz al cristal. ¿Había visto mal? No, algo se movía. Algo negro…
    Con un berrido tremendo Lukas salió disparado al recibidor. No tenía tiempo de ponerse las botas y salió corriendo en calcetines. Cruzando a toda prisa el césped mojado, trepó la valla y fue dando tumbos hasta el grosellero lo más rápido que pudo.
    Entonces se dio cuenta de que no era Noche.
    Era otro gato negro. Pero no tenía nada blanco en la cola. Era otro gato que se estaba comiendo la comida de Noche y tal vez fuese el mismo gato que se comió la comida que puso la noche anterior.
    Lukas se enfadó tanto que intentó darle una patada al gato. El gato se apartó rápidamente de un salto. Entonces Lukas cogió una piedra y se la tiró. El gato soltó un maullido cuando la piedra le dio. Lukas cogió un puñado de gravilla y se la tiró. Pero entonces el gato cruzó corriendo la calle y desapareció por entre los arbustos donde se solía esconder el león rojo.
    Beatrice le había seguido con las botas en la mano.
    —¿Qué estás haciendo? —preguntó enfadada—. ¿Le tiras piedras a un gato?
    —Se ha comido la comida de Noche —dijo Lukas rabioso.
    —Y cómo va a saber que es suya —respondió Beatrice.
    —Es el cuenco de Noche —contestó Lukas.
    —Se acabaron las tonterías —dijo Beatrice—. Ponte las botas ahora mismo y haz el favor de ir para casa.
    Noche tampoco volvió aquel día. A Lukas ya no le apetecía estar sentado junto a la ventana observando el grosellero. Se encerró en su cuarto.
    ¿Qué podía hacer?
    Ahora Noche llevaba más de tres días desaparecido. Lukas intentaba comprender por qué se había marchado lloviendo de esa manera. ¿Qué había pasado? ¿Es que Noche estaba triste por alguna razón? ¿Había huido de casa?
    Lukas pensó que era difícil saber lo que había dentro de la cabeza de un gato. Sabía cómo se comportaba él cuando estaba enfadado, triste o contento. Pero con Noche no sabía muy bien qué pasaba. Que ponía la cola tiesa y hacia arriba cuando estaba contento y satisfecho, que se frotaba contra las piernas de Lukas y que ronroneaba, todo eso Lukas lo sabía. Pero ¿qué hacía Noche cuando estaba triste?
    Lukas no podía responder a todas las preguntas que se hacía. Cuando le preguntaba a Beatrice ella tampoco le podía contestar.
    —Haces unas preguntas muy difíciles —dijo—. Creo que nadie las puede responder.
    —¿Ni siquiera papá? —preguntó Lukas.
    —Ni siquiera él —dijo Beatrice.
    —¿Cómo puede haber preguntas sin respuesta? —preguntó Lukas.
    —Tienes razón —dijo Beatrice—. A veces yo también lo pienso.
    Lukas volvió a su habitación y continuó cavilando. Había una posibilidad más en la que prefería no pensar. Que alguien hubiera raptado a Noche, que lo hubiera metido en una caja y se lo hubiera llevado corriendo. Pero ¿quién podía ser tan malvado como para robar un gato? ¿Quién podía hacer algo así?
    Lukas no tenía ni la menor idea de lo que iba a hacer. Pensó que no tendría fuerzas para empezar la escuela si Noche no volvía a casa. Se preguntó cómo podría vivir


 CONTINUARÁ


lunes, 22 de junio de 2020

MARTES 23 DE JUNIO DE 2020

XXIII / VI / MMXX


MATMÁTICAS
Seguimos con los objetos 3D



FOMENTO DE LA LECTURA 
El gato al que le gustaba la lluvia(continuación)

    Y al final, el verano llegó. Lukas y El Torbellino ayudaron a su padre Axel a limpiar la caravana que tenían al lado del garaje. La fregaron primero y luego la enjuagaron con la manguera hasta que todos quedaron empapados. Un día, a principios de junio, llevaron la caravana al camping donde solían veranear cada año, que estaba junto al mar. Antes de que Axel tuviera vacaciones, iban allí de viernes a domingo. Pero cuando tenía vacaciones, se pasaban en la caravana un mes entero.
    Lukas estaba inquieto por lo que pudiera pasar la primera vez que Noche subiera a un coche. ¿Se pondría nervioso? ¿Intentaría escaparse? Pero para su tranquilidad, Axel ya había pensado en ello y un día llegó a casa con un collar para Noche.
    —Ahora tienes que enseñar al gato a ir con correa —dijo.
    Con un rotulador negro Lukas escribió el nombre de Noche en el collar. También dibujó una calavera, por si acaso, para que nadie se atreviera a robar a Noche.
    A Noche no le gustaba llevar collar. Tampoco fue fácil enseñarle a ir con correa. Noche no hacía más que morderla y hacerse un lío con ella. El Torbellino lo miraba con una sonrisa burlona. Pero Lukas no se rindió. Sabía que tenía que enseñar a Noche, si no quería que hubiese problemas.
    Fue un verano largo y caluroso en la caravana. Lukas llevó a Noche a la cabaña que había construido el año anterior. Durante el invierno se había derrumbado y se había partido en dos. Lukas hizo un techo de ramas de abeto. Después tapó las entradas, por lo que, desde fuera, era difícil ver que allí había una cabaña. Lukas se metía en la cabaña por una grieta y soltaba a Noche. Podían pasarse allí horas enteras. Lukas cerraba los ojos y se imaginaba que estaban en lo más profundo del mundo mágico. Hasta que Beatrice lo llamaba porque la comida estaba lista y él le volvía a poner la correa a Noche para salir de la cabaña.
    —Tienes que llamar a Noche también —le decía a su madre—. Él también tiene hambre.
    —Se me ha olvidado —respondía Beatrice—. La próxima vez me acordaré.
    El Torbellino tenía sus propios amigos, así que en verano no tenía tiempo para chinchar a Lukas y a Noche. Normalmente dormía en una tienda de campaña con ellos y Lukas podía estar a solas con Noche en su camita, dentro de la caravana. A Axel y a Beatrice no les importaba que Noche diera saltos por su cama por las noches. Lukas se fue tranquilizando a medida que transcurría el verano. ¡Nadie le quitaría a su gato!
    Lukas también tenía sus amigos. Vivían en otras caravanas que estaban puestas en fila a lo largo de la orilla del mar. Cuando estaba con sus amigos dejaba a Noche dentro de la caravana y Beatrice le prometía que no lo dejaría salir.
    Lo único malo del verano era que pasaba muy deprisa. Lukas intentaba no pensar en que pronto sería septiembre. Como le tocaba empezar la escuela ese año, se sentía lleno de emoción e intranquilo a la vez por cómo sería. Lo mejor era no pensar en ello. Pero los días iban pasando y, de vez en cuando, Axel comentaba que ya empezaba a oscurecer más pronto.
    A veces, Lukas se preguntaba por qué no había escuelas para gatos. ¿Por qué no deberían aprender cosas los gatos también? Intentó imaginarse una fila de gatos sentados en sus pupitres y levantando una patita para decirle cómo se llamaban a un profesor gato que los miraba desde su mesa.
    Una noche, antes de dormirse, decidió que le montaría una escuela propia a Noche. Intentaría enseñarle las mismas cosas que él mismo aprendía cada día.
    Después se quedó dormido y al cabo de unos días volvieron a la calle Rönnbär otra vez. Dejaron la caravana junto al mar, ya que irían allí los fines de semana.

CONTINUARÁ


SOCIALES

Completar el esquema. 



ÁRABE




domingo, 21 de junio de 2020

LUNES 22 DE JUNIO DE 2020

XXII / VI / MMXX


MÚSICA

 

ÁRABE



NATURALES

Durente la videollamada realizaremos la lectura y el resumen de esta parte del tema: "Las Fuentes de Energía".


FOMENTO DE LA LECTURA

El gato al que le gustaba la lluvia (continuación)


Pero enseguida se desanimó, en cuanto vio lo caro que era un acuario,
Adsincluso el más pequeño de toda la tienda. O una jaula con pájaros. No se lo podría permitir nunca.
    De modo que Lukas tenía muchas cosas que pensar respecto a Noche. Cada nuevo día traía nuevos problemas. Pero cada día Lukas pensaba que su gato era lo mejor que le había pasado en la vida.
    Cuando se metía en la cama, antes de quedarse dormido, solía tumbarse a hablar con Noche, que se acurrucaba a su lado, sobre la almohada. Cada vez que Lukas cerraba los ojos era como si cerrara una puerta invisible y entrara en un mundo que era sólo de él y de Noche. Era un mundo secreto que nadie más conocía. Aunque sólo existiera en su cabeza era de lo más real. Podía pasearse por ese mundo que había detrás de sus párpados cerrados y todo parecía normal, pero todo era distinto.
    Lukas pensaba que el mundo secreto era un mundo mágico. Había caminos mágicos y casas mágicas, tiendas mágicas y monopatines mágicos. En el mundo secreto se hablaba una lengua mágica y se llevaba ropa mágica. A veces brillaba el sol mágico, a veces caía la lluvia mágica. Se comía comida mágica y se jugaba a juegos mágicos, te reías con risa mágica y te hacías heridas mágicas cuando te tropezabas y te arañabas las rodillas. O sea que todo era como en la realidad, pero cuando Lukas le ponía la palabra mágico detrás, se volvía secreto y emocionante. Allí estaba, tumbado en la cama soñando con las aventuras que él mismo, el mágico Lukas, y el mágico gato se iban a inventar juntos. Tan sólo tenía que llegar el verano y que hiciera un poco de calor.

MATEMÁTICAS
Hoy vamos a dibujar objetos 3D