miércoles, 3 de junio de 2020

MIÉRCOLES 3 DE JUNIO DE 2020

III / VI / MMXX




ÁRABE



NATURALES
Bueno pues como veo que lo fácil no os gusta, a ver quién se atreve con esto:




MATEMÁTICAS
Bueno, primero un poco de entretenimiento.



Y seguimos entreteniéndonos con las figuras geométricas:

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FOMENTO DE LA LECTURA



El Jarrón del fondo del lago

Adaptación de un cuento armenio

Érase una vez un rey muy celoso de su poder. Dirigía la vida de sus súbditos hasta el más ínfimo detalle y les exigía una obediencia ciega. Sin embargo, no era feliz: «Me obedecen porque soy joven y fuerte, se decía. Pero, cuando sea un débil anciano, ya no me temerán y se rebelarán contra mí». Así que, con la intención de parecer siempre joven, se hizo teñir los cabellos, darse masajes en el rostro y en el cuerpo con pomadas y compró a todos los charlatanes que iban de paso, sus elixires de eterna juventud. Pero, aún así, no podía detener el inexorable paso del tiempo.
Un día, se dio cuenta que sus sirvientes más allegados tenían arrugas en la cara y los cabellos ya blancos. Esto le hizo reflexionar: «Nacieron en la misma época que yo y crecimos juntos, ¿de qué me sirve aparentar ser joven, si pueden leer en su propio rostro la edad que tengo realmente?».
Entonces, ordenó que cortaran la cabeza a todos esos viejos sirvientes e hizo pregonar un edicto en todo el reino:
—«Su Majestad sólo quiere súbditos jóvenes y valientes como él. Todos aquellos cuyos cabellos hayan encanecido tienen tres días para abandonar el reino. Transcurrido este plazo, se cortará la cabeza a los ancianos que aún permanezcan en él. Pero, puesto que su Majestad es tan generoso como poderoso, ofrece a los hijos la posibilidad de redimir a sus padres: aquél que rescate el jarrón de oro, que cayó en el fondo del lago, salvará la vida de sus ancianos padres. Si fracasa morirán ambos».
Al oír el edicto, algunos hijos dispusieron que sus padres huyeran al extranjero, otros los ocultaron y otros se presentaron en el palacio para intentar rescatar el jarrón de oro. Pero ninguno de los que, día tras día, se zambulleron en el lago consiguió rescatar el jarrón. Así, decenas de jóvenes sucumbieron bajo el hacha del verdugo.
La multitud podía asistir a las pruebas, para que nadie pudiera decir que se hacía trampa. Un joven se acercó a la orilla del lago y se puso a observar el agua cristalina: el jarrón brillaba, asentado en la arena del fondo. Daba la impresión que bastaba con extender la mano y cogerlo. Sin embargo, todos los que se habían zambullido, habían regresado con las manos vacías y, en consecuencia, fueron decapitados.
El muchacho volvió muy pensativo a su casa, puso la comida en una bolsa y tomó el camino de la montaña. Allí, en el interior de una cueva, escondía a su anciano padre para protegerlo de la crueldad del rey. Mientras el anciano comía, su hijo permanecía en silencio.
—¡Oh tú, el más servicial de los hijos! —dijo el padre—. ¿Por qué estás triste? ¿Quizás ya estás harto de hacer cada día el mismo recorrido para traerme la comida?
—No es eso, padre mío —exclamó el muchacho—. Podría recorrer tres veces esta distancia, con tal de que estuvieras a salvo. Pero, estaba pensando en ese jarrón del fondo del lago. Se puede ver, pero es imposible cogerlo. ¿Por qué?
El padre reflexionó un instante y luego preguntó:
—¿Hay algún árbol en la orilla, justo en el lugar desde donde se puede ver el jarrón?
—Sí, padre —respondió el muchacho.
—¿Y sus ramas se reflejan en el agua? —prosiguió el padre.
—Claro que sí —volvió a responder el joven.
—Si quisieras coger las ramas del árbol, no te lanzarías al agua, ¿verdad?... Pues bien, sucede lo mismo con el dichoso jarrón. En realidad, está en el árbol y lo que trataban de rescatar todos los que se zambullían en el lago no era más que su imagen reflejada en el agua.
El muchacho se despidió de su padre, con un abrazo, y volvió corriendo a su casa. Al día siguiente, muy temprano, se presentó en palacio, dispuesto a intentar la prueba. Ante los sorprendidos asistentes, se subió al árbol y, con suma facilidad, se apoderó del jarrón: estaba colgado de tal manera que, al reflejarse, parecía estar asentado en el fondo del agua. Transportado en hombros por la multitud, el muchacho llegó a presencia del rey, con el jarrón en la mano.
—¿Cómo supiste que el jarrón estaba en el árbol y no en el agua? —le preguntó el rey, sorprendido.
—En realidad, no fui yo quien lo supo, sino mi padre —respondió el joven—. Está oculto en la montaña por temor a vuestros soldados.
El rey, ensimismado en sus propios pensamientos, se decía: «Más de cien muchachos se han lanzado de cabeza al lago, sin descubrir el ardid. Y, en cambio, este viejo, desde la montaña, lejos de aquí, lo ha adivinado. Tal vez sea porque las personas mayores son más sabias que las jóvenes...» El rey ordenó anular el decreto y, desde entonces, en aquel país, todo el mundo tuvo un profundo respeto por los hombres de cabellos blancos.


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